A ella le gustan mis prosas,
yo las quiero escribir en su piel.
Mi lengua canta como rocío
gota a gota, la musa de su placer.
Casi puedo saborear
en el aire su calor.
La fragancia de su sexo palpitante
despierta “seres” en mi interior.
Su piel es papiro en blanco
para la poesía en mis manos.
Su cuerpo la carne que devoran
viejos fuegos demoníacos.
Mi respiración cerca de su oído
activa en ella una danza pagana.
Su yugular queda expuesta
cunando acerca su espalda.
El violeta atenúa
el brillo del lugar.
La luna nos espía
por un tapeado ventanal.
En la curva de su cintura
me entrego al viaje
que me propone
el vértigo de sus caderas.
Mi tacto se precipita
al secreto de sus piernas.
Mordisquea su boca un dedo,
y yo beso su inseguridad.
Con Apolo rivaliza la música
creada en esa habitación,
melodías robadas a Euterpe
en un descuido de amor.
Asmodeo se sorprende
ante el acto de nuestras sombras
que juegan mientras Erebos
no quiere mirar.
De pantanos oscuros
en mi interior,
de flores putrefactas
sale a jugar mi dolor.
Ella lo recibe, lo besa
le da la bienvenida,
lo mira a los ojos,
sonríe, se entrega.
Ellos toman el control
luces y sombras,
uñas y dientes,
sexo y amor.
El convexo de mis besos
rueda buscando
su “Fontana di Trevi”
para SU placer en mi lengua.
Cual amazona cabalga,
siendo mi cabello las riendas,
mientras inspira “Venus”
su grito de guerra.
Me clama presurosa.
Acudo con denuedo,
mientras mis manos desgarran
donde antes pasaron mis besos.
Me entrego al néctar
debajo de su cuello.
Elevan mis manos su pierna.
Se pierden nuestras fronteras.
Su corazón palpita
A la diestra de mi pecho.
El mío hace lo propio,
Completando nuestros cuerpos.
Nuestras miradas se descubren,
Se juntan nuestros labios.
Me envuelve entre sus piernas,
La recorren mis manos.
Con mis ramas estrujo
para que no pueda escabullirse.
Y allí, “prisionera” en mi abrazo
nunca se sintió más libre.