Caminas en este rosal que es la vida. No se puede negar la
fragancia, los colores, la suavidad de las mismas.
Poco a poco te adentras para llegar al otro lado, y las
espinas comienzan a rasgar la carne.
Arde, duele, pero continuas, no te
detienes, y a veces, la persona que debía podar las espinas contigo, es quien
riega el rosal, incluso a veces agregan el
alambre de púas que se enriada en tu pierna.
No importa, avanzas.
Sientes como debajo de tus costillas, una gran espina se
entierra en la carne, pero avanzas, mientras rasga tu piel.
Avanzas.
A veces cruzas el pantano, la greda te retiene. Te mueves,
sabes que luchas para avanzar, pero pareces no moverte. Cuesta mucho más poder
avanzar ese paso, es exhaustivo, pero avanzas.
Avanzas, no te detienes.
En un momento golpeas con una roca y pareces que vas a caer,
quieres caer… te dejas caer.
Ya no quieres más, estás cansado. Ves como ese rosal que
solo te muestra las espinas ha cuarteado el cuerpo. Y te dejas caer.
Quieres entregarte, dejar que las espinas y púas te
desangren. Son solo dos segundos donde puedes sentir que todo se terminará.
Pero entonces algo se hace más presente en tu cabeza.
El corazón te golpea el pecho en lucha desesperada, y
acomodas el pié para apoyar con firmeza, para demostrar que no vas a caer, que
puedes trastabillar, pero no caer.
Una púa se incrusta en el pié que tan fuertemente pisó, pero
lo soportas.
Lo soportas pues sabes, que montado en tus hombros, cual
mismo heredero de “Don Quijote de la
Mancha,”, viaja tu niño, lleno de sueños, de ilusiones, de esperanzas, de
juegos. Ese niño que debes llevar al otro lado lo más intacto posible.
Desde ahí en lo alto el olor óxido de tu sangre es tapado
por el aroma de las rosas. Puede ver el cielo azul, tan magnífico, inmenso,
lleno de posibilidades, mientras tú te concentras en el suelo.
Escucha el cantar de las aves, lo cual ensordece tu lamento.
Sientes sus risas y para ti acaba el sufrimiento.
Das otro paso, sigues avanzando.
La sangre queda en esa púa que alguien puso ahí para ti,
pero tu niño sonríe de las cosquillas que en sus pies le dan los pétalos suaves
de las rosas que una vez sentiste.
Avanzas, siempre avanzas, debes dejarlo del otro lado, para
que en esa pradera inicie la vida.
Cuando llegues, con tu cuerpo bordado de cicatrices, con los
ojos cansados, con los pies adoloridos, pero con los hombros erguidos, y hagas descender
al ahora "hombrecito" de tus hombros, en un breve vistazo atrás verá el
panorama, y creerá entender lo difícil
que fue dejarlo en el mejor lugar que
pudiste encontrar, el mejor presente que
pudiste darle, con el mejor horizonte que has visto jamás, y es para él. Para que
no deba soportar esas espinas o la greda invasiva. Las picaduras de insectos y
el ardor del veneno.
Donde el horizonte será celeste, a veces gris, con tormentas,
pero lleno de esperanzas y posibilidades.
Y el pacto será nunca contarle, porque tú sí sabes cada
dolor, cada pensamiento de rendición, cada sangrado. Pero también sabes que
todo eso no es nada al ver su rostro embriagado de alegría por hacer contigo
ese viaje.
Y avanzas, solo avanzas, porque él te espera al otro lado para dar otro paso más.

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