No sé cómo arrancar con esto. Doy vueltas y vueltas, pero no encuentro la forma. Quizá lo mejor sea
ser sincero. Creo que quisiera que alguien lo leyera y me entendiera, que se sintiera identificado y supiera que le entiendo.
Luego de un día de risas, sin importar el motivo comienzas esa lucha con tus demonios internos tan fuerte, tan dura, tan dolorosa.
La tristeza quiere entrar como caudal de agua helada por todos lados e inundarte, ahogarte.
El nerviosismo mueve tu cuerpo involuntariamente, suave, sutil, pero lo hace.
Sientes erizar tu nuca, y a todos estos demonios reír, mientras tus miedos te llaman.
Pero ahí estás, caminando, tratando de pelear con ellos solo. Muchas veces solo pues no sientes que la gente comprenda, que crea en ti y no que es un “numerito”. Y ahí estás, haciendo lo mejor que puedes, y a veces sales victorioso.
Pero una tarde, en un probador de ropa, ya no puedes. Son muchos combates, son muchas batallas en silencio, rodeado de gente, pero en silencio, y no puedes más.
Debes salir del lugar, debes tratar de refugiarte en ti.
Sientes los grilletes en las manos, sientes el cuerpo pesado. Tus piernas se tensan, las manos ya bailan a su propio ritmo, y tu cabeza nunca tuvo tanto ruido.
Mientras atraviesas la plaza te parece oír los pensamientos de las personas que crees te miran.
Te quitas la ropa, acudes a la pastilla y te dejas caer.
Nunca te sientes más débil, más tonto, más derrotado que cuando debes acudir a este método. Tan ínfimo, tan incompetente.
Así y todo, ahí estás, sigues luchando, entendiendo, o tratando de entender que te pasa, sigues combatiendo, lo quieres llevar lo mejor posible, tratando de no hacer cosas que te dañen, tratando de que las piernas y manos aflojen, pero a veces es en vano.
Luego agradeces el momento en que tu cuerpo se afloja, donde la respiración ya no es agitada, y donde te duermes.
A veces en tus sueños sigues en esta batalla. ¡Por Dios! ¡Ni así te dejan descansar!
Al despertar, aún alerta, aún bajo los efectos de la pastilla decides hablar, contar.
¡Qué triste ver como se repite lo mismo!
Tratas de que te oigan,
que de verdad te escuchen, que se entienda lo que dices, pero no sucede. Estamos
tan encerrados en nosotros mismos que cuesta entender. La injusticia duele, a
algunos más que otros, pero duele.
Pero en ese momento, en el que vuelves del sueño, como dije: alerta y bajo una pastilla que más que ayudarte a calmar te hace sentir menos de lo que eres: hablas y buscas ser tú el entendido... pero no siempre funciona.
El silencio, el abandono, el enojo no es lo que esperas, ni lo que necesitas.
Y vuelves a tus combates.
Y ahí estás, solo, como dije, de nuevo, peleando con más, y es un momento muy bajo, uno que genera brechas.
Y te sientes solo.Y estás solo.
Estoy solo.
….
…
Extraño a mi vieja.
