20/11/09

El mejor momento

Arde el fuego,
se enciende una luz en la oscuridad.
No hace frío,
corre el sudor
y los besos no se hacen esperar.
Mis caricias
recorren su cuerpo,
mi deseo
la hace desesperar.
Jugamos a seducir,
a resistir,
a jugar.
Poco a poco
ella pierde su ropa,
yo hace mucho
dejé la mía.
Nos abrazamos,
nos miramos,
nos amamos
con los ojos,
con las manos,
con los labios,
con todo.
Lentamente,
sin apurarnos,
comenzamos
a mimarnos.
¿Quién está afuera?
¿A quién le importa?
Es amor, puro,
tierno,
salvaje.
Siento sus manos
desgarrando mi espalda,
sus dientes se alimentan
de mi cuello,
y su lengua
juega en mi cuerpo.
Llevo sus piernas
a mi cintura,
y, sobre mí,
puedo sentir
la más calida humedad.
Gime,
gimo,
grita,
"Te amo", se oye,
y las sábanas intentan
seguir nuestro compás.
Su cuerpo y el mío
se confunden,
se hacen uno,
dos mitades que se unen,
que se aman,
que se sienten,
que consuman el sentimiento.
Boca abajo
tomo su mano y
la apreto fuerte.
Ella arquea su espalda
y nos vemos las caras
siempre sonrientes,
siempre placenteras,
pero con un dejo
de que se acabará
que no será eterno.
Me toma fuerte
creo que no quiere soltarme
y en un beso,
nuestra perdicón,
nuestra salvación,
el amor nos une
y por un instante
de entero placer,
no existe nada ni nadie
y somos ella y yo,
dos mitades,
dos mundos,
haciendo uno solo,
formando un "nosotros",
un recuerdo eterno
de saber que nadie
nos amará como
nuestra entera mitad.

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